martes, 5 de mayo de 2009

A Munchausen

Estoy como muerta, acostada en mi cama, mirando la sombra del tiempo que pasa sobre el techo manchado. Comienzo a irme poco a poco. Como un mantra, las aspas me traen una apacible brisa de otro lugar, de ese paraiso en el que me encuentro ahora que estoy (como) muerta.

Estoy viva con El que està vivo también. Hemos terminado por hoy. “Has trabajado muy bien mi rey!”. Mi corazón bombea muy fuerte y siento un hormigueo que aviva mis sentidos. “Vamos a caminar un poco”. Ya es de noche y todos se han ido.

Nos acercamos a la pesada puerta de madera, y sin dejar de abrazarlo con mis piernas me inclino hacia el poste y apago la luz; con mi peso le indico que de media vuelta en la oscuridad y se me revela el universo entero en una constelación de luciérnagas, avanzamos y navego entre las estrellas entregándome al caminar ciego de mi montura. Abro mis dedos sobre la rienda y dejo que mi cometa guie mi paseo entre las nebulosas frías y húmedas que ahora se forman. Siento el vaivén de sus ancas, cierro y abro los ojos, y me rio como un niño en un columpio.

En mi viaje estelar, nos acercamos al borde del muro que da hacia el bosque y El se detiene y mira hacia el follaje para mostrarme su mundo; volteo mi cara atendiendo su sugerencia y una violenta ráfaga azota las hojas… entonces, entro en esa otra dimensión suya, la siento, la escucho, la huelo; está en las sombras de la oscuridad, en lo que no se ve y por no ser visible puede ser imaginado.

El mantra, el ventilador, las manchas en el techo… he vuelto a mi triste cama sin vida.

Cuando vuelva al paraiso, como lo hizo Teseo, voy a dejar un hilo en el camino con las hebras de sus crines y con ellas voy a tejer una ligera capa que cubra mi pensamiento con esa realidad suya, que cubra mi vacío malestar con lo imaginado posible.

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